1. Por qué hablar de afectos en tiempos oscuros
En contextos autoritarios, no solo se persigue a las personas por lo que hacen o piensan. También se busca romper los lazos que las sostienen. El miedo, la desconfianza y el aislamiento no son simples efectos colaterales: son herramientas centrales del poder para inmovilizar a las sociedades.
Frente a ello, los vínculos afectivos -la familia, los amigos, las comunidades de cuidado- pueden convertirse en trincheras silenciosas de resistencia. No en el sentido épico de la confrontación abierta, sino como espacios donde todavía se puede confiar, llorar sin ser juzgado, imaginar un futuro distinto y recordar quiénes somos, incluso cuando todo alrededor empuja al olvido o a la resignación.
Hablar de afectos en tiempos oscuros es un acto político. Es reconocer que la fuerza para resistir no siempre viene del grito en la calle, sino también del abrazo que no traiciona, del mensaje que llega en el momento justo, de la mesa compartida entre quienes han aprendido a cuidarse mutuamente.
Este folleto nace de esa intuición: que cuidar los vínculos es cuidar también la posibilidad de un país diferente. Que no hay democracia sin redes de confianza. Que en medio del terror, la ternura también organiza.
Aquí no hablamos solo de emociones, sino de relaciones que, bien cuidadas, pueden ayudar a resistir el intento autoritario de volvernos pragmáticos, cínicos, solitarios o sumisos. Apostamos por una política de los afectos que no se desconecta del análisis ni de la acción, pero que reconoce que ninguna lucha puede sostenerse por mucho tiempo si no hay amor, complicidad y consuelo.

2. El autoritarismo y la estrategia del aislamiento
Los regímenes autoritarios no sólo censuran, encarcelan o violentan. También fragmentan. Buscan convertir el miedo en norma, y la desconfianza en reflejo automático. Una de sus estrategias más efectivas —aunque menos visibles— es el aislamiento sistemático de las personas que piensan distinto o se atreven a actuar.
El aislamiento puede tomar muchas formas: el exilio forzado, la incomunicación, la estigmatización pública, la autocensura, la vigilancia constante, la amenaza sobre los seres queridos. Cada una de estas acciones apunta al mismo objetivo: hacer que la persona se sienta sola. Huérfana en su dolor, solitaria en su decisión, aislada en su percepción de la realidad. Es así como el poder disuelve lentamente los vínculos que podrían convertirse en redes de apoyo, organización o resistencia.
El miedo al otro -al que puede delatar, al que puede juzgar, al que ya se rindió- produce un efecto paralizante. Ya no se sabe en quién confiar. Y en esa tierra estéril, el autoritarismo florece.
Pero esta estrategia de fragmentación no es nueva. Históricamente, las dictaduras han intentado destruir las formas de comunidad que no controlan: sindicatos, redes barriales, iglesias críticas, círculos intelectuales, grupos familiares o afectivos. Saben que el poder no sólo se disputa en las calles, sino también en los espacios íntimos donde nace el sentido de pertenencia, la memoria compartida y la voluntad de persistir.
Por eso, resistir al aislamiento no es solo una necesidad emocional. Es también una forma de defensa política. Cada conversación que desafía el silencio impuesto, cada vínculo que se rehace tras la sospecha, cada gesto que reafirma el cuidado mutuo, erosiona el proyecto autoritario que quiere reducirnos a individuos débiles, obedientes y temerosos.
Reconstruir redes de confianza -incluso pequeñas o frágiles- es un acto de subversión. Y es el primer paso para volver a sentir que no estamos solos, precondición para la acción política cuando esta sea posible.

3. La familia: trinchera, refugio y campo de tensión
En contextos autoritarios, la familia puede ser muchas cosas al mismo tiempo: una trinchera de resguardo, un refugio afectivo, una fuente de culpa o presión, y a veces también, un campo de tensiones ideológicas profundas. Ninguna relación familiar escapa del impacto del miedo, la polarización y la represión.
Para muchas personas perseguidas, su familia es el primer espacio de sostén. Son quienes ocultan, protegen, escuchan, alimentan, consuelan. La familia -incluso con sus contradicciones- suele ser el último lugar donde el Estado no ha podido penetrar del todo. Allí donde aún puede hablarse sin ser grabado, llorar sin juicio, tomar decisiones difíciles con alguien al lado. Por eso, los autoritarismos buscan también cooptar o fracturar estos lazos: a través de amenazas, beneficios condicionados, campañas de estigmatización o incluso promoviendo la desconfianza entre padres e hijos, hermanos o parejas.
Pero también hay casos donde la familia es parte del problema: padres que apoyan al régimen y rechazan las decisiones políticas de sus hijos; hermanos que delatan por miedo o convicción; tías que piden silencio “por el bien de todos”. En sociedades atravesadas por la propaganda y la represión, muchas familias se ven divididas. Y esa fractura duele más que cualquier noticia en los medios.
Por eso, hablar de la familia como espacio de resistencia no significa idealizarla. Significa reconocer que es un terreno disputado. Que puede ser una base para cuidarnos, pero también un espacio donde es necesario aprender a poner límites, sostener desacuerdos sin romper del todo, o aceptar que no todas las relaciones pueden salvarse.
Resistir desde la familia implica: Cuidar el diálogo en medio de la diferencia; Proteger sin banalizar, acompañando sin anular decisiones; Nombrar el miedo sin imponerlo; Celebrar los pequeños gestos de cuidado; Aceptar la distancia de quienes no están listos.
Cuando los grandes escenarios políticos se cierran, los afectos familiares -si se cuidan- pueden convertirse en el único espacio donde sigue siendo posible imaginar el futuro posible.

4. Amistades que sostienen: complicidades afectivas y políticas
Si las familias son el primer anclaje emocional, las amistades son el territorio elegido. Son esos vínculos que no vienen impuestos por la sangre o la costumbre, sino construidos desde la afinidad, la confianza y la experiencia compartida. En contextos autoritarios, las amistades pueden convertirse en una red vital de contención, refugio y organización silenciosa.
En tiempos de represión, una amistad verdadera vale más que mil discursos. Porque es con los amigos donde muchos activistas se atreven a hablar sin filtros, a llorar sin miedo, a hacer planes sin temor a la traición. Las amistades permiten compartir el agobio sin sentirse débiles, reírse incluso en medio de la catástrofe, y recordar que aún se puede ser libre, aunque sea en una conversación en voz baja.
Muchos de los lazos más sólidos nacen al calor de las luchas comunes. A veces, esas amistades trascienden lo político y se convierten en familia elegida: quienes cuidan cuando enfermamos, quienes ayudan a salir del país, quienes se quedan cuando otros se han ido.
Prácticas de amistad en la resistencia: Hacerse preguntas reales; Cuidar mutuamente el descanso y la salud; Compartir pausas, silencios, bromas; No juzgar los cambios de ritmo o decisión; Recordar juntos por qué vale la pena seguir.
Las amistades son afectos libres y voluntarios. Y por eso mismo, cuando se sostienen en medio del miedo, se vuelven profundamente revolucionarias.

5. Cuidados recíprocos y prácticas de apoyo cotidiano
En medio de contextos autoritarios, el cuidado mutuo no es un lujo ni un gesto decorativo: es una necesidad política. Frente a un poder que busca el desgaste, la ruptura emocional y la desconexión de los cuerpos y los afectos, cuidar(se) es resistir.
Los cuidados recíprocos no siempre se ven. No hacen ruido ni salen en los titulares, pero sin ellos no hay fuerza que aguante.
Prácticas cotidianas de cuidado mutuo: Escucha activa; Chequeos emocionales regulares; Reparto justo de tareas domésticas; Pausas afectivas; Redes de confianza con protocolos seguros; Celebrar los pequeños logros.
El cuidado cotidiano no anula el conflicto, pero lo atraviesa con otra lógica: la de la permanencia, el respeto y el acompañamiento. Porque ningún proceso de transformación real puede sostenerse si las personas que lo protagonizan están rotas por dentro.

6. Vínculos rotos, traiciones y silencios: sanación y límites
No todos los vínculos sobreviven al autoritarismo. El miedo, la presión y la polarización pueden quebrar incluso las relaciones más queridas. Y aunque se trate de mecanismos de defensa, también hieren.
Algunas claves para afrontar estas pérdidas: Nombrar el dolor sin idealizar el pasado; Aceptar que no siempre habrá explicaciones; Poner límites claros; Distinguir entre miedo y maldad; Evitar las generalizaciones; Acompañar los duelos,
Sanar es reconocer el daño, darle un lugar, y no dejar que se convierta en una coraza permanente que impida volver a confiar.

7. Afectos en el exilio: reconstruir redes desde cero
El exilio es una ruptura afectiva profunda. Salir forzadamente del país implica una pérdida múltiple que va más allá de lo material. Pero también abre la posibilidad de reconstituir comunidad, de elegir nuevos vínculos, de construir familia donde antes solo había distancia.
Caminos para reconstruir afectos en el exilio: Buscar comunidades afines; Crear rituales nuevos; Aceptar el ritmo de los vínculos; Cuidar a quienes cuidan; Permitir el arraigo; Nombrar la nostalgia sin quedar atrapado en ella.
Las redes afectivas en el exilio no solo ayudan a sobrevivir: también permiten imaginar un futuro.

8. Epílogo: Afecto, memoria y futuro
En tiempos oscuros, los afectos son faros. No iluminan todo el camino, pero bastan para dar un paso más. Hablar de afecto es hablar de cuidado, de comunidad, de memoria. También es hablar de futuro.
Los autoritarismos imponen una memoria única. Pero los afectos guardan otra: la de los gestos anónimos, los abrazos a tiempo, las palabras que sostienen. Esa es la memoria que permite que la dignidad no se borre.
Apostar por el afecto no es abandonar la lucha. Es cuidarla desde la raíz. Porque sin cuidado, la lucha se agota. Y sin memoria, el dolor se repite.
Quizás no sepamos aún cómo será el futuro. Pero ningún mañana valdrá la pena si no se construye sobre la base del afecto. De ese afecto que escucha, que acompaña, que no traiciona.

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