La promesa de un futuro mejor que muchos latinoamericanos esperaban en el siglo XXI se ha visto empañada por la sombra de la tiranía y la violación sistemática de los derechos humanos. Dos casos particularmente alarmantes son los de Nicaragua y Venezuela, países donde el poder se ha concentrado en manos de regímenes autoritarios que han impuesto un clima de miedo y represión, silenciando las voces disidentes y vulnerando las libertades fundamentales de sus ciudadanos.
Venezuela: Un espiral descendente sin fin
La crisis en Venezuela, que comenzó en 2014, ha sumido al país en un abismo de sufrimiento humano. La escasez de alimentos y medicinas, la hiperinflación y la violencia generalizada han forzado a más de 7 millones de venezolanos a huir de su patria en busca de un futuro viable. Organismos internacionales como la ONU y la OEA han denunciado la existencia de un patrón sistemático de violaciones de derechos humanos perpetrado por el régimen de Nicolás Maduro.
Las fuerzas de seguridad del Estado, convertidas en instrumento de represión, han sido señaladas por perpetrar ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y torturas. El informe de la OEA de 2018 documentó el asesinato de al menos 95 personas en el contexto de las protestas de 2017, muchas de ellas a manos de las fuerzas de seguridad.
La tortura se ha convertido en una práctica generalizada en Venezuela, empleada para silenciar a la oposición y sembrar el terror entre la población. Se ha documentado el uso de técnicas brutales como descargas eléctricas, asfixia, golpes, violaciones sexuales y la amenaza de muerte. Las condiciones de detención en centros como El Helicoide, donde se hacinan presos políticos en condiciones inhumanas, han sido comparadas con la tortura.
Nicaragua: El despertar de un gigante dormido
A partir de abril de 2018, Nicaragua, un país que había logrado avances significativos en materia de derechos humanos tras el fin de la guerra civil en 1990, se vio sacudido por una ola de protestas sociales sin precedentes. La respuesta del gobierno de Daniel Ortega fue brutal, desatando una espiral de represión que continúa hasta el día de hoy.
Más de 300 personas fueron asesinadas por la represión gubernamental, y miles más sufrieron detenciones arbitrarias, torturas y otras formas de violencia13. Los informes de la CIDH y la ONU documentaron el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía y grupos paramilitares, así como la existencia de centros de detención clandestinos donde se practicaba la tortura de manera sistemática.
La represión se ha extendido a todos los ámbitos de la sociedad nicaragüense. Se ha criminalizado la protesta social, se ha cerrado el espacio cívico y se ha impuesto un control férreo sobre los medios de comunicación y las organizaciones de la sociedad civil. La Iglesia Católica, una institución con gran influencia en el país, ha sido objeto de una persecución implacable, con sacerdotes y obispos arrestados, iglesias atacadas y programas religiosos censurados.
Un llamado a la acción: Rompiendo el silencio
Ante la gravedad de la situación en Nicaragua y Venezuela, la comunidad internacional no puede permanecer impasible. La generación que creció con la promesa de un futuro mejor tiene la responsabilidad de alzar su voz y exigir el respeto a los derechos humanos en estos países.
Algunas acciones concretas que podemos tomar para contribuir a mejorar la situación:
● Exigir a los gobiernos de Nicaragua y Venezuela que pongan fin a la represión, liberen a los presos políticos y garanticen el respeto a los derechos humanos.
● Presionar a otros gobiernos para que adopten medidas diplomáticas y económicas que obliguen a los regímenes de Nicaragua y Venezuela a rendir cuentas por sus crímenes.
● Apoyar a las organizaciones de la sociedad civil que trabajan en la defensa de los derechos humanos en ambos países, brindándoles recursos financieros y visibilidad internacional.
● Informarnos y difundir información sobre la situación en Nicaragua y Venezuela, utilizando las redes sociales y otros medios para romper el cerco mediático impuesto por los regímenes.
La lucha por los derechos humanos es una tarea de todos. No permitamos que la indiferencia se convierta en cómplice de la tiranía.
